Alfredo Gavin Agustí
Tomás Camacho
Tomás Camacho tiene nombre de torero pero si pudiera dejaría en libertad a los toros de España para que embistieran los trapos de la monarquía por todas las estepas del mundo.
Tomás Camacho siempre adelanta un pie de afecto en la intemperie de los malos resultados eucarísticos.
Tomás Camacho cultiva el huerto de su orfandad lírica entre olvidos, olivos, nubes, insectos, dibujos, higueras y amistades duplicadas.
Tomás Camacho tiene anclas en los Ancares y una red de pescadores nemotécnicos en el Mediterráneo.
Tomás Camacho preside una mesa poemática en la que se reparte un pan monástico a todos los mendigos que llamen a la puerta de la jaculatoria levítica.
Tomás Camacho tiene una idea de patria que se remonta encrespada por encima de la cabeza ecuménica de Fernando Savater.
Tomás Camacho ejecuta devociones como otros ejercen condominios.
Tomás Camacho exprime los racimos secos y los cardos espinosos para servir un ácimo refresco de brisa de caballo.
Tomás Camacho viste un desaliño directamente proporcional a su amor por la restauración verbal o el teatro libidinoso.
Tomás Camacho se extasía con el arpa de su hija o escuchando al mirlo desatado que silba entre las cañas del barranco.
Tomás Camacho tiene debilidad por la bonhomía del hexágono y sus derivaciones patafísicas.
Tomás Camacho tiene humor para parar un carro de niebla y heno.
Si fuera por Tomás Camacho, los íberos aún estarían calentando sus ollas de barro en los estratos esclarecidos de las colinas de Alcanar.
Él iría a visitarlos para contarles las últimas novedades de las agujas que marcan el tejido revolucionario.
Les diría: la independencia de Roma requiere grandes dosis de fe y una paciencia de lagarto enlatado.
Tomás Camacho tiene fe y paciencia, y un mérito de escarcha y francachela propias de un alfil combativo o un sofá desvencijado.
Viva Tomás Camacho en la periferia del palmeral y el oro de la naranja ensimismada.
Yo pido un toisón de azúcar para Tomás Camacho.
Que se lo imponga la noche del calambur o el vértigo de la frambuesa en la verbena que amarillea en el acanto. Por si acaso. En el ocaso.
1 comentaris:
Tomás Camacho guarda en su corazón un colibrí que aleta vertiginoso sobre los versos melopéyicos de Alfredo Gavín. Gran poema y merecido homenaje.
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