Magda Guillén Gómez
Diario del paraíso ancestral
Día 1.
Me han despertado las aves de la mañana. Eran las seis aquí, dos horas menos en Canarias. Comienzan mis rituales. Abro mis ojos y me siento agradecida por el entorno. Miro el whatsapp. Me emociono con el mensaje de mi editor. Hay noticias felices y otras agridulces, otra de terrible. Ante ello no puedo hacer nada porque es totalmente personal, su vida. Solo rezos y apoyo lo que puedo ofrecerle desde estas tierras que ahora me acogen llenas de luz y espiritualidad.
El segundo pensamiento del día, cambiando de tercio, es para mi amigo salmantino de la adolescencia, con quien he pactado este diario de bitácora y recibirá gustoso mis envíos a través del correo.
Abro el ordenador y miro el email. Tiro a la papelera los mensajes de una página de ofertas de trabajo. El trabajo viene a mí, ya no ocupa más espacio interior esa búsqueda agónica de estabilidad económica. Que sea lo que Allah quiera y desee para el hecho de existir. Siento que una estrella milenaria me guía, la de las culturas ancestrales. Y mi madre querida está ahí para guiarme, en mi cielo, en mi deseo de amor fraternal y de bondad.
Me caen unas lágrimas… de añoranza, de felicidad, de no sé qué que tengo en esta alma y en las que ahora me acogen. Hay pueblos que en su Constitución dictan que sus habitantes tienen derecho a ser felices. Lo comparto. Lo admiro y respeto. La utopía es un buen camino para el creador y el artista. Que el ser que nos habita sienta que hay esperanza, bondad y amistad, es la guía para la supervivencia.
Oigo el run-run de los coches de la mañana junto al trinar de los pájaros. Abro las cortinas del gran ventanal del salón, me asomo y observo, unos segundos, al afanado señor limpiando el polvo atmosférico de un automóvil frente a mi nueva casa.
En este momento han pasado dos horas desde que me desperté y mi mente está activa y deseosa de crear esferas y mundos escritos. El ordenador marca la hora aún de España, la de mi casa compartida con personas amables y sinceras, la hora de mis amigos que van al trabajo, la de la querida familia, la de los vecinos de escalera, la de las tiendas y oficinas catalanas, también.
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