Alfonso López Gradolí
EL RITUAL
De madrugada, escribo unas palabras
resultado de meditaciones, el deseo
de pervivencia, la tensión que llevará al poema.
Miro los libros, la madera oscura
y ensamblo un armazón de vocablos,
la reseña de los hechos que pasaron.
Alrededor están los nombres de los otros,
los que dijeron “mar” antes de que yo lo viera.
Compruebo inermidad, escaso oficio,
en el desengaño ritual de hacer resumen
con un parcial convencimiento. Desvelo
un esplendor, trabajo con desasosiego
estas líneas que alguien comentará un día.
Estas horas de silencio delgadísimo.
JUAN GIL-ALBERT
La vida es para el alicantino
Juan Gil-Albert un recuerdo
de paz y de sosiego y compara
el día que pasa a una rosa
cuyo color se muda
rememoraba su jardín de el Salt
el paseo de olmos
las huertas murmullo del agua
la luz gris malva del atardecer
Juan vivió en una calle
valenciana con naranjos
le recuerdo en una conferencia
las manos sostenían
un libro encuadernado en piel verde
años más tarde le retrataría
Luis Massoni ante un espejo
en cuya parte alta pasan nubes
LOS NOMBRES QUE SON TARDES
La conmoción suavísima de la nostalgia.
Segura caligrafía que me ha grabado,
días que vuelven y entran en los versos.
Lejanos verdes que me dieron desconcierto,
bosques bajo el inmóvil aire. Quiero
decir los nombres que son tardes y caminos
y escribo con el sentimiento, rodeado
estoy del contorno tranquilo de la noche.
Miro esta luz agrisada, busco calmadores
sienas, colores que me benefician. Vuelve
un alboroto de ladridos y motores. Golpean
oscuramente los ruidos del verano,
un no sé qué de ausencia y vencimiento.
Recordatorio de la soledad, el arañazo
de lo inolvidable. “Vivir es un museo de cicatrices”,
dice Luis Rosales. Finales pálidos de días,
filtrada la luz solemne sobre el campo.
Vuelve el afán por explicar las tardes;
los árboles son oscuras hogueras recogidas.
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