Teresa Domingo Català
Las llamas se derraman en mi boca
como besos, en el solsticio de la luz.
El sol se derrama y como Sémele
te pido tu esplendor, como si Dios pudiera
inseminarme y mi cuerpo fuera
la Pasión del Cristo.
El día me envuelve entre los coches,
huelo el alquitrán, la gasolina y el gasóleo,
el perfume del fuego y su rutina.
Sé que puedo ser hoguera, y mi carne
el combustible de tu semen.
Recreo el humo. Crea un ocaso
mítico, como un Teseo que pudiera
resucitar a Hipólito, como si la culpa de Fedra
recayera en todas las mujeres.
Es de noche. Las luces de los pubs
y los semáforos imitan las luces del deseo.
Suena el móvil y no escucho qué me dicen,
qué palabras, qué motivos, qué azares se unen
en la voz de quién me llama.
Eres mi palabra, mi motivo, el último azar,
mi más pura contingencia.
La piel se me llena de lunares, y la boca,
del espejo de tu pubis donde se miran
las luciérnagas y mis labios.
Soy la madre, la que amamanta y
la que pare el transcurrir de una
predestinación enamorada,
el cangrejo que mira hacia atrás y
hacia adelante, la que asesina como todas
lo que ama.
Fluyo en ti como el sol que viaja al mediodía
desde oriente, con mi pan, con mi sangre, con mi leche,
el anillo plateado que te entrego como dádiva,
el líquido que renace entre mis piernas
cada vez que entras con tu esperma.
Y grito con el neón de la ciudad
que ha ausentado la loba que hay en mí,
sedienta de tu verga y de tus manos.
El aire se lleva mis palabras y llueven sobre el mar.
Quiero lamerte arrodillada, que con fuerza me penetres en la boca, quiero que me tumbes en el suelo y que me folles. Quiero que me marques con un hierro y que tatúes el fuego de mi coño con tus uñas. Después me besarás y escribirás tu nombre con los dientes para que nunca olvide la blancura de tus rosas.
Mi fuerza es tu candor, esa inocencia que derramas en cada latido de tu semen como si nunca envejecieras, como si el deseo fuera una nube blanca que volara y jamás se detuviera ni tan sólo ante el umbral del cielo.
Soy tu territorio, el lugar donde resides, que te nombra. Vives en mí como si fueras un vitral de espejos, y al mirarme en ti mi alma se embellece y soy hermosa.
Mi amor, cómo respiro tu saliva, cómo te huelo en el bosque sagrado de tu pelvis, cómo te amo y quiero el sacrilegio y la blasfemia.
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